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3 días en el País Vasco francés (II): Espelette, Ainhoa, Sare y Bayona

3 días en el País Vasco francés (II): Espelette, Ainhoa, Sare y Bayona

Casas tradicionales, en la localidad de Ainhoa.
Hemos descansado plácidamente, por lo que tenemos las pilas recargadas para nuestra próxima jornada en el País Vasco francés. Hoy nos toca visitar las localidades de Espelette, Ainhoa, Sare y, ya por la tarde, Bayona.

Espelette/Ezpeleta

Espelette, famoso por su pimiento rojo, secado al sol.
Nos encontramos quizá, ante el pueblo más pintoresco de la región. Parece de cuento, con calles peatonales decoradas con los famosos pimientos de Espelette, casas tradicionales y rincones idílicos. Si bien sus calles repletas de comercios suelen estar muy concurridas, alejándonos unas decenas de metros en dirección a la iglesia podremos disfrutar plenamente de la tranquilidad que se respira en el pueblo.
Apacible calle en Espelette, lejos del tumulto de la calle principal.

El pimiento de Espelette merece una mención aparte, puesto que se trata del producto que da fama internacional a la localidad. Se trata de un pimiento rojo, que se suele recolectar a finales de verano, cuando se cuelga en las fachadas de todas casas para su secado, mejorando si cabe la belleza del lugar. Se cree que el origen del pimiento en Espelette proviene de mediados del siglo XVII, en que algún marinero lo importó desde América. En la actualidad, todos los años se celebra un festival del pimiento, que llena de color y actividades el lugar.

Plano de Espelette y camino realizado. Fácil manejarse por pueblos tan pequeños.
Nuestra jornada de hoy comienza en esta localidad, a la que llegamos por una bella carretera que transcurre entre prados y bosques de color verde intenso. Dejamos el coche en el gran aparcamiento de la entrada (gratuito) y nos dirigimos hacia el majestuoso edificio que vemos cerca: el Castillo de los Varones de Espelette.
Allí se encuentra el Ayuntamiento y la oficina de turismo, donde nos dan un mapa simple pero muy útil. En el mismo edificio también se pueden visitar exposiciones; una permanente sobre los “pimientos del mundo” y otra que va cambiando, en nuestro caso los cuadros de una pintora local.
Ahora sí, con este mapa lo tenemos todo mucho más claro.
Foto por aquí, foto por allá…
El siguiente destino es la Iglesia de San Esteban, hasta la que llegamos pasando por delante de unos pequeños huertos en los que un par de locales están recogiendo sus frutas y hortalizas. La Iglesia de San Esteban, construida en el siglo XVI, tiene aspecto de fortaleza; por dentro es bastante interesante. En torno a ella se encuentran las lápidas del cementerio, con decoraciones típicas de esta zona del País Vasco francés.
Iglesia de San Esteban, construida en el siglo XVI.
Reseñable interior de la iglesia, con las típicas galerías de madera en las paredes laterales y trasera.
Nos dirigimos ahora hacia la calle principal del pueblo, abarrotada de turistas ya a estas horas de la mañana. En ella destacan las típicas casas blancas, con piedras expuestas en las esquinas y maderas rojas en las ventanas, así como los pimientos secos colgados en sus paredes. En la parte baja de dichas casas, son numerosos los comercios que venden todo tipo de productos relacionados con el pimiento, desde mermelada y conservas hasta camisetas, pendientes y colgantes. 
Caminamos desde la iglesia hacia la calle principal, en un ambiente sosegado.
El centro de la localidad ya está más animado.
Contraste de colores.
Pimientos, pimientos y más pimientos. En puré, frescos, para condimentar, en camisetas, en pendientes, en pulseras…
Caminando por la calle principal.
Tras una visita calmada por las calles de Espelette, tomamos el coche en dirección a Ainhoa, nuestro próximo destino.

Ainhoa

Una de las casas típicas de Ainhoa.
Ainhoa es un pueblo pequeño,  de unos 600 habitantes, situado a orillas del río Nivelle. Su núcleo urbano se distribuye en torno a la calle principal (la carretera que lo atraviesa), y constituye un ejemplo típico de arquitectura vasca. 
Hermosas casas tradicionales.
La historia de la localidad se remonta al siglo XIII, aunque fue destruida durante la Guerra de los Treinta Años y las casas que vemos en la actualidad fueron reconstruidas en siglos posteriores. En la actualidad, Ainhoa pertenece al conjunto de “Les plus beaux villages de France” (los pueblos más bonitos de Francia), galardón merecidamente obtenido.
Dejamos el coche en uno de los aparcamientos gratuitos de la localidad, aunque nos cuesta un rato puesto que la afluencia de visitantes es notable y no encontramos sitio fácilmente.
Cogemos un mapa en la oficina de turismo, situada en una bocacalle de la travesía principal.
No parece difícil orientarse en el pueblo…
Calle principal de Ainhoa.
Tras tomarnos algunas fotografías junto a las casas típicas (son tan bonitas…) visitamos, en primer lugar, la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Dicha iglesia, similar a las que hemos visto previamente (una sola nave, galerías de madera en las paredes laterales y trasera) fue construida en el siglo XIII, y está rodeada por un cementerio bastante interesante. En alguna de las lápidas podemos ver los famosos lauburus, típicos de la cultura vasca.
Otro de los lugares interesantes de Ainhoa, como en el resto de pueblos de la región, es el frontón, construido en 1849.
El frontón del pueblo, con la iglesia a sus espaldas.
Paisajes idílicos.
La visita a Ainhoa, aunque breve (no nos ha costado ni una hora), parece obligada para todo aquel que se acerque por estas tierras. Nosotros ya la conocemos, así que seguimos la ruta hacia Sare.
 

Sare/Sara

Pasear por Sare nos ha encantado.
Sare, de manera similar a Ainhoa y Espelette, es una pequeña localidad articulada en torno a una calle y plaza principales. Alrededor del núcleo urbano, y dispersos por una zona de prados verdes, encontramos numerosos caseríos en los que las familias locales llevan una vida tranquila. Cuando uno visita Sare se imagina la vida a cámara lenta, sin sobresaltos, simplemente disfrutando de los (hermosos) detalles del día a día.
Tras visitar Espelette y Ainhoa llegamos a Sare, y aparcamos el coche en uno de los aparcamientos que hay justo en la entrada del pueblo (gratuito, nuevamente).
Aunque Sare es pequeñito, el mapa que nos entregan es bastante espeso. Es más cómodo pasear y dejarse llevar…
Caminamos unas decenas de metros y, por sorpresa, nos encontramos en la hermosa plaza principal. Un edificio cuya planta baja alberga la entrada a la oficina de turismo nos recibe en primer lugar. Se trata también del Ayuntamiento. Unos metros más allá, y bajo el mismo porche, una farmacia y las mesas de la terraza de un bar. Así se nos presenta Sare, rezumando tranquilidad desde el primer momento. Nos gusta esta impresión, el encontrar un lugar auténtico que no esté abarrotado de gente. Mini punto positivo, sin duda.
A nuestra izquierda, el frontón. No podía faltar este elemento, central en la vida de todas estas localidades. El de Sare, aunque más humilde que los que habíamos visto previamente, nos transmite claramente esa sensación de lugar de reunión de los lugareños.
La principal visita a realizar en la localidad es la Iglesia de San Martín, construida en el siglo XVI y posteriormente reformada en el XVII. En ella destaca la frase construida junto al reloj: “Oren guziek dute gizona kolpatzen azkenekoak du hobirat egortzen” (“Cada hora golpea al hombre, la última lo manda a la tumba”). El interior de la iglesia es interesante, aunque de estilo muy similar a las visitadas previamente.
Pero, sin duda, lo bonito de Sare son sus alrededores. Nos encontramos en un territorio de media montaña ideal para la práctica del senderismo. Nosotros no venimos con esa idea, aunque no podemos evitar el tomar un pequeño camino que llevaría al cercano Zugarramurdi y alejarnos unos pocos centenares de metros del pueblo, con la intención de ganar una buena panorámica de la localidad. Y, la verdad, conseguimos el objetivo: las vistas de Sare desde este punto son preciosas.
Uno de los múltiples senderos que parten de la localidad. Ideal para ganar buenas vistas de Sare.
Hermoso día soleado.
Cerca de Sare también existen otros lugares que, aunque no visitamos, pueden merecer la pena. Entre todos ellos destacan las Cuevas prehistóricas de Lezeade y el tren cremallera que lleva a lo alto del Monte Larrun.
Prendados del ambiente relajado de Sare y, realmente, con pocas ganas de irnos, tomamos la decisión de seguir la ruta hacia Bayona, nuestro último destino de hoy.
 

Bayonne/Baiona/Bayona

Calles multicolor de Bayona.
Con algo más de 45000 habitantes, Bayona es la principal ciudad de la región. Situada justo en la confluencia de los ríos Nive y Adur la ciudad se sitúa en una posición estratégica de cara al comercio. Este, junto a la metalurgia y otras grandes industrias, son el principal motor económico. No obstante, el turismo también ha adquirido cierta relevancia puesto que la ciudad tiene grandes cosas que ofrecer.
Bayona se puede dividir, de cara al visitante, en el “Grande Bayonne” y el “Petit Bayonne”, dos barrios de carácter marcado y numerosas atracciones que conocer. El primero de ellos, situado en la margen izquierda del río Nive nos ofrece los edificios más antiguos, así como amplios parques con flores de mil colores. El “Petit Bayonne”, algo más modesto, invita a perderse por sus calles más estrechas en busca de museos, cafeterías y lugares de fiesta.
Ruta que realizamos en nuestra visita, viendo los principales puntos de interés de Bayona.
Nosotros llegamos a Bayona a media tarde, tras nuestro recorrido por los pequeños pueblos de la zona. Aparcamos cerca del centro, al cual accedemos por la Puerta y la Rue d’Espagne (Calle de España), una vía peatonal con cafés y tiendas de recuerdos, en la que apenas cabe un alfiler. ¡Pensábamos que no habría tanta gente en Bayona!
Rue d’Espagne, calle comercial muy animada.
Nuestra primera parada es en la espectacular Catedral, de estilo gótico, cuya construcción comenzó allá por el siglo XIII. Lo que más nos gusta del edificio, sin duda, es su magnífico claustro de estilo gótico flamígero. Tenemos la suerte de que se está realizando una exposición de arte en dicho claustro, así que aprovechamos para verla.
Disfrutando de la exposición de arte en el claustro de la Catedral de Bayona.
Detalles de la catedral.
Continuamos caminando hasta llegar al Jardín Botánico (llegamos por los pelos, pues cierra a las 18:00h). La entrada es gratuita, y en él podemos contemplar centenares de flores de todo el mundo, todo envuelto en un ambiente que recuerda a los famosos jardines botánicos japoneses.
Recorriendo el Jardín Botánico.
La ruta continúa pasando por delante del Castillo Viejo, construido en el siglo XI y que en el momento actual es propiedad del ejército, aunque se puede visitar si vamos con guías de la oficina de turismo. No es nuestro caso, así que nos ahorramos dicha visita.
Tomamos la Rue Thiers hasta llegar a la Place de Liberté (Plaza de la Libertad), en la que destaca el enorme edificio del Ayuntamiento. La construcción de este bonito edificio finalizó en el año 1842, y actualmente alberga también el Teatro Municipal. La fachada del Ayuntamiento es majestuosa, y está coronada por seis estatuas que representan las artes y actividades económicas de la ciudad.
Soberbia fachada del Ayuntamiento de Bayona.
Decidimos callejear durante un rato, perdiéndonos por calles estrechas y menos frecuentadas, en las que las casas, con una mezcla perfecta de glamour y soberbia (y el puntito justo de decadencia), nos sorprenden a cada paso. Verde, rojo, azul; azul, verde, rojo… las maderas de colores se van alternando en cada edificio distinto. Merece la pena, sin duda, pasear sin rumbo disfrutando de los pequeños detalles.
Geométricos detalles.
Atravesamos el Puente Mayou para llegar al barrio del Petit Bayonne. Nos detenemos en el punto en el que confluyen el río Nive y el Adour. Miramos a nuestro alrededor. En la terraza del bar, varias parejas conversas animadas, aisladas del bullicio del entorno. Suena la música de un viejo carrusel, prácticamente vacío, dando vueltas y vueltas. Nos sentamos un rato a contemplar la escena, bucólica, casi de película. Bayona, sin duda, nos gusta.
Sentados cerca de la confluencia de los dos ríos de Bayona.
Decidimos conocer un poco Petit Bayonne, el barrio menos opulento, más mundano. Sus calles no son tan hermosas como su hermano mayor, pero de vez en cuando encontramos un coqueto café o edificios relevantes como la Iglesia de San Andrés o el Castillo Nuevo
Iglesia de San Andrés.
Sin embargo, la opción más interesante en Petit Bayonne es pasear por la orilla del río Nive, disfrutando de la estampa de postal formada por las fachadas altas y estrechas, multicolor, reflejadas en las aguas del río. Allí existen numerosas terrazas donde sentarse a tomar una merecida cerveza fresquita o tomar un helado; esta última opción es la que elegimos.
Fachadas de todos los colores, a orillas del río Nive.
Una de las casas más espectaculares de la zona.
Blanco, rojo, amarillo, azul, verde…
Las famosas fachadas de Bayona, desde otra perspectiva.
Cuando la luz del sol comienza a menguar llega la hora de regresar al hotel. Mañana será nuestro último día en el País Vasco francés, así que tendremos que aprovecharlo. Lo contamos en la próxima entrada…
Planeando el recorrido de vuelta al coche. ¡Mañana más!
 

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2 comentarios

    1. Conbotasymochila

      A ti por comentar, Ana. Nos alegran mucho tus palabras, puesto que lo que buscamos escribiendo el blog es inspirar y ayudar a la gente a viajar.
      ¡Un abrazo!

      Pedro y Paula

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