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Marrakech y dunas de Merzouga (I): Perdidos en la medina de Marrakech

Marrakech y dunas de Merzouga (I): Perdidos en la medina de Marrakech

Marruecos es un país marcado por los contrastes. Nos ofrece bulliciosos mercados y áridos desiertos, playas deslumbrantes y montañas nevadas que superan los 4000 metros de altitud. Poseedor de una rica cultura milenaria, es un país cercano y, a la par, distante.  Separado de Europa por apenas 15 kilómetros, sus calles y paisajes nos evocan lugares remotos y misteriosos, con olor a cuero y especias y con sabor a té a la menta.
El turismo es uno de los motores del país, el más visitado de África en la actualidad (con más de 10 millones de visitas al año); motivos no le faltan. Además de su impresionante y variada naturaleza, algunas ciudades (como Fez, Marrakech, Rabat, Casablanca o Chefchaouen) son auténticas delicias para el viajero. Por último, dada su proximidad, son perfectas para una escapada de pocos días.
Una de las mejores opciones para iniciarse en este país encantador es conocer Marrakech y realizar una ruta en coche atravesando la cordillera del Atlas hasta llegar a las estribaciones del Sáhara y visitar las  bellísimas dunas de Merzouga. 
Paseando por la medina de Marrakech.

DATOS PRÁCTICOS

Documentación: únicamente necesitamos el pasaporte para poder ir a Marruecos.
Idioma: los idiomas oficiales son el árabe y el bereber, aunque el francés es el idioma más utilizado en el comercio y el que se utiliza para la enseñanza superior. Pero no os preocupéis si no habláis estos idiomas, con mucha frecuencia podréis emplear el castellano sin problemas.
Regatear: los marroquíes han sido, desde siempre, muy buenos comerciantes. El precio de las cosas que vayamos a comprar nunca es fijo, por lo que conviene ser hábil en el arte del regateo. 

Uno de los zocos de la ciudad.

Alojamiento: los riads son la opción ideal para alojarse en Marruecos. ¿Y qué es un riad? La palabra riad se refiere a un patio interior, alrededor del cual se disponen las habitaciones. Suele tratarse de casas antiguas reconvertidas a alojamientos, decoradas con mosaicos, fuentes y plantas. Una especie de oasis de tranquilidad en medio del caos de las ciudades. Además, por su tamaño reducido, el trato con los dueños suele ser mucho más cordial y familiar que en los hoteles normales y corrientes. Nosotros nos alojamos en el riad Dar M’Chicha (barato, familiar y bastante humilde, no podemos ponerle ninguna pega) y en el riad Karmela (mejor decorado y con un nivel superior al anterior, precio más elevado). Recomendaríamos tanto uno como otro, en función de lo que os queráis gastar y los lujos que preciséis. Os dejamos alguna foto de las habitaciones y los patios.
Habitación del riad Dar M’Chicha, sencilla y económica. Eso sí, estuvimos de maravilla.
Patio interior del riad Dar M’Chicha.
La habitación del riad Karmela es más grande y con una decoración más cuidada.
Uno de los múltiples patios del riad Karmela. ¿Bonito, verdad?

Ropa: en nuestro caso estuvimos en enero y, durante el día, podíamos ir en manga corta en la zona de Marrakech y por el desierto. Sin embargo, al caer la noche refresca y hacía falta chaqueta. Para el desierto tendremos que llevar mucha ropa de abrigo, puesto que la temperatura cae drásticamente (camiseta térmica + chaqueta “plumas” + tercera capa y aun así teníamos fresquito).

Seguridad: por lo que pudimos ver, Marruecos es un país tranquilo y relativamente seguro para el viajero. Las estrechas calles, callejones y callejuelas de la medina imponen algo de respeto cuando anochece, pero suelen estar bastante transitadas y en ningún momento vimos nada raro. 

Seguro de viajes: como siempre que viajamos fuera de Europa, recomendamos contratar un seguro de viaje.
Comida: la comida en Marruecos nos sorprendió para bien. Los diferentes tipos de couscous y tajines nos parecieron deliciosos aunque, al final, algo repetitivos. 
Ambiente típico de una mañana de enero.
Moverse por la medina: las calles de la medina de Marrakech son un auténtico laberinto para los viajeros que no las conocen. Calles irregulares, callejones estrechos, callejuelas que se bifurcan y vuelven a confluir… De vez en cuando veremos algunas señales que indican el camino a los monumentos, aunque más que orientar desorientan y nos llevan a dar largos rodeos.
Para colmo, cada pocos pasos algún joven nos dirá que el lugar al que vamos (sin ni siquiera saber dónde vamos) está cerrado, intentándonos guiar hasta nuestro destino para ganarse una propina o para que pasemos por delante de la tienda de algún amigo o familiar. A veces son un poco insistentes, basta con un rotundo “non, merci” y seguir caminando (o pasar del tema) para que cejen en su empeño.
En nuestro caso nos servíamos del teléfono móvil, utilizando la aplicación Sygic para que nos dirigiera a los monumentos turísticos más famosos. Para ir a restaurantes o regresar a nuestro riad teníamos descargado el mapa de Marrakech desde Google Maps, y lo podíamos utilizar sin conexión a internet. A pesar de todo, estuvimos caminando semiperdidos en varias ocasiones (lo cual no nos importó demasiado, todo sea dicho, puesto que es parte de la esencia de la visita a Marrakech).
Con nuestra mochila recorriendo los puestos ambulantes de frutas y verduras.
Tour a Merzouga: las rutas a las dunas de Merzouga son una de las actividades más recomendables para realizar desde Marrakech. Generalmente incluyen transporte y guía en español, visitándose la localidad de Ait Ben Haddou, las Gargantas del Todra y del Dades, y las dunas de Merzouga (durmiendo una noche en el desierto). A nosotros esto último nos pareció una experiencia increíble, que detallaremos en la próxima entrada del blog.
Excelente marco para tomar vistosas fotografías en los Jardines Majorelle.

¿QUÉ VISITAR EN MARRAKECH?

El entramado de calles de la medina es el centro de la vida comercial en la ciudad. Caminar sin rumbo por sus zocos, disfrutando de sus embriagadores olores y sonidos, es lo que más nos gustó de Marrakech. Recomendamos encarecidamente dedicar una mañana o tarde completas a, simplemente, eso: dejarse llevar y pasear por sus callejuelas.
No obstante, en la ciudad existen algunos lugares interesantes. Algunos de ellos son los siguientes:
–   Plaza Jemaa el Fna y la Kutubia: siempre bulliciosa, la Plaza Jemma el Fna es una enorme plaza en la que se desarrolla una intensa vida tanto de día como al caer la noche. Durante el día existen numerosos puestos de zumos naturales, encantadores de serpientes, tragasables, tatuadoras de henna, tenderetes con artesanía… Por la noche, el lugar se transforma y podemos encontrar pequeños chiringuitos donde degustar una cena típica a buen precio; también podemos asomarnos a uno de los múltiples círculos de gente que rodean a espectáculos musicales o, simplemente, contemplar el ajetreado ambiente de la plaza. El minarete de la Kutubia, construido en el siglo XII, es una de los iconos de Marrakech; sin embargo, la mezquita no se puede visitar (como todas) por los no musulmanes.

La plaza Jemaa el Fna, centro de la vida comercial de Marrakech.
Madrasa Ibn Youssef: se trata de una escuela coránica fundada en el siglo XIV; probablemente sea la visita más interesante de la ciudad. Además de las habitaciones de los estudiantes (algunas de ellas reconstruidas), destacan los espectaculares patios de mármol. Por desgracia para nosotros, se encuentra actualmente en obras (es difícil saber cuándo reabrirá, los datos son contradictorios) y no pudimos visitarla.
Palacio Bahía: construido en el siglo XIX por orden de Bu Ahmed, un adinerado personaje de la época que decidió construir un enorme palacio de una sola planta para evitar subir escaleras (se dice que era tan obeso que no podía subirlas). El edificio tiene numerosas salas y patios, algunas de una belleza inusitada. La entrada cuesta 10 dirham (un poco menos de un euro), y podemos dedicar 2-3 horas a visitarlo con calma.
Contemplando los detalles del Palacío Bahía.
Tumbas saadíes: se trata de un recinto que alberga las tumbas de la dinastía bereber que reinó en la zona allá por el siglo XVI; las salas fueron tapiadas en el siglo XVII y redescubiertas por los franceses en 1917. La decoración de los mausoleos recuerda a la de la Alhambra de Granada, con un detalle y colorido impresionantes. La primera sala, nada más entrar a la izquierda, es la más espectacular. La entrada cuesta 10 dirham; y la visita nos llevará, aproximadamente, media hora.
Interior de uno de los mausoleos de las tumbas saadíes.
Jardín Majorelle: de entre todos los jardines que hay en Marrakech, probablemente el más interesante. Construido en 1924, fue abierto al público en 1947. A decir verdad, no es demasiado bonito, pero sirve para desconectar del caótico interior de la medina. Es llamativa la casa art-decó de color azul intenso, donde podemos tomar unas vistosas fotografías. La entrada cuesta 70 dirham, aunque el precio aumenta si queremos visitar también el Museo Bereber y el Museo Yves Saint-Laurent.
Interior del Jardín Majorelle.
Además de estos lugares existen otros muchos, que podremos explorar si dedicamos una visita calmada a Marrakech. ¿Nos acompañáis a conocer cómo fue nuestra visita?

NUESTRA VISITA A MARRAKECH

Llegamos a Marrakech de noche, y nos vienen a recoger los dueños del riad. Nos alojamos en el Riad M’Chicha, situado en la parte noroeste de la medina, bastante humilde pero con una excelente relación calidad-precio. Deshacemos un poco las mochilas y nos vamos a dormir, que mañana será un largo día.

Tras una buena ducha, desayunamos en el riad. Nos sirven varios tipos de pan con mantequilla, mermelada y quesitos. Aunque no es muy variado, es muy abundante y está rico.

Abundante desayuno en el que nos sirven en el riad.
Salimos del pequeño callejón en el que se encuentra nuestro riad y nos topamos, súbitamente, con la efervescente vida comercial de Marrakech. Calles repletas de gente, saturadas de estímulos visuales, olfativos y auditivos. Estrechas, laberínticas, atestadas de comerciantes y curiosos. Nuestra primera impresión es la de estar en una suerte de documental, el cual contemplamos atónitos.
Enseguida el ruido de una moto nos despierta del ensimismamiento, y debemos apartarnos a un lado rápidamente para no ser golpeados. Bicicletas, viandantes y carretas tiradas por animales, el caos dulce se apodera de nosotros y nos embriaga poco a poco.
Sí, sí, por esa puertecita accedemos al callejón que nos lleva al riad.
Desde primera hora de la mañana la vida comercial de Marrakech bulle de actividad.
Decidimos ir a visitar la Madrasa Ibn Youssef; ahora viene el problema. Porque sí, pasear tranquilamente sin destino es una delicia, pero cuando decides ir a un sitio en concreto resulta (prácticamente) imposible. Existen pocas indicaciones, y las que hay parecen no llevar a ninguna parte. Para añadirle dificultad, cada pocos metros algún joven nos dice “cerrado, cerrado” sin ni siquiera saber dónde vamos. Nosotros, conscientes de que intentan guiarnos (a cambio de una propina) o llevarnos a lugares que no nos interesan, obviamos sus insistentes indicaciones.
Tras unos 45 minutos recorriendo la medina, llegamos a la puerta de la Madrasa Ibn Youssef. Desafortunadamente, está cerrada. Preguntamos y nos dicen que por obras; nadie tiene claro si abrirá en unos días o en unos años. Así pues, nuestro gozo en un pozo. ¿Una excusa para regresar a la ciudad dentro de un tiempo? 
Exterior de la madrasa. El interior no pudimos visitarlo por estar en obras.
Seguimos, pues, caminando por las callejuelas de la medina. Pasamos por los zocos de artesanía, de cuero, de cerámica… y descubrimos curiosos rincones de la ciudad. ¡Nos encanta!
Luces matutinas.
Secando las pieles al sol.
¡Qué interesantes estas lámparas!
Colores, olores y sabores.
Casi sin quererlo, llegamos al Palacio Bahía. La entrada es algo difícil de encontrar, aunque preguntando un poco conseguimos hallar la puerta principal. Pagamos los 10 dirham de la entrada y accedemos al amplio recinto.
Recorremos los numerosos patios, salas y estancias del fabuloso palacio, disfrutando de cada detalle en un entorno pacífico y armonioso. De vez en cuando, algún grupo guiado interrumpe la calma del lugar, para desaparecer enseguida y permitirnos regresar al ambiente sosegado. Lo visitamos en unas dos horas, y decidimos continuar la visita a la ciudad.
El primero de los patios que visitamos en el Palacio Bahía.
Techos decorados a la perfección.
Juegos de luces.
Rincones coloridos.
¡Buenos días, Marrakech!
Detalle de una de las estancias.
Impresionante decoración.
Nuestra siguiente parada son las Tumbas Saadíes, las cuales se encuentran junto a la muralla que rodea la medina. Aunque desde fuera el aspecto es bastante sobrio, su interior nos sorprende gratamente. Nos llama la atención, especialmente, el primer mausoleo, con una decoración tremendamente detallada y colorida. 
El exterior del recinto es sobrio y austero.
Uno de los pequeños mausoleos.
Tumbas saadíes.
Desde allí negociamos un taxi (25 dirham, nos pedía al inicio 100…) hasta el Jardín Majorelle, el cual se halla algo alejado del centro. La entrada nos cuesta 70 dirham (a la que se  puede sumar la entrada al museo bereber -30 dirham más – o la entrada al museo Yves Saint-Laurent, que cuesta otros 100). El jardín es sencillo, con bambús y algunos ejemplares de cactus. Lo que más llama la atención es la casa de estilo art decó, de color azul intenso, así como la fuente que tiene justo al lado. Realmente nos parece un precio bastante caro para lo rápida y simple que es la visita al jardín.
Entrando al jardín.
Cualquier lugar es bueno para reposar un poco.
Plantas y fuentes, lo típico de un jardín.
Bonito rincón.
Regresamos, caminando, a la medina, hasta llegar a la plaza Rahba Kedima. Se trata de otro interesante punto comercial, en el que los puestecillos de especias y productos de artesanía de mil colores lo invaden todo. Aunque echamos un vistazo, finalmente no compramos nada.
Calles de la medina.
Escena cotidiana.
Decidimos detenernos a comer algo, para ello optamos por el pequeño restaurante Rôti d’Or, el cual nos habían recomendado antes del viaje (¡gracias!). Comida buena a precio muy decente en un local al que acuden bastantes lugareños, no podía fallar.
Esperando la comida, ¡qué hambre a estas horas!
Tras la comida nos acercamos a la bulliciosa plaza Jemaa el Fna, una plaza enorme y turística repleta de puestos ambulantes y espectáculos de todo tipo. Merece la pena detenerse un rato a contemplar el animado ambiente del lugar.
Cuando comienza a anochecer regresamos a la plaza Rahba Kedima, para ver atardecer desde la terraza del popular “Café des épices”. Contemplar el ir y venir de comerciantes y viajeros, desde lo alto, con la puesta de sol y mientras tomamos un té a la menta, es magnífico.
Vista global de la plaza Rahba Kedima.
Gorros y cestas de mil colores.
Trabajando manualmente las especias.
Ya de noche volvemos a la plaza Jemaa el Fna, que se ha transformado. Ahora podemos encontrar numerosos chiringuitos donde cenar; a pesar de la insistencia de los camareros (los cuales nos intentan seducir con frases graciosas en español), declinamos sus invitaciones puesto que queremos empaparnos un poquito más del ambiente de la plaza.
Curioseamos entre los círculos de gente que rodean a músicos, cuentacuentos o espectáculos que no alcanzamos a comprender. Nos tomamos un refrescante zumo de naranja y buscamos un lugar para cenar. 
Jugando a encestar el aro en la botella. ¡Quien lo consiga se la lleva!
Cacahuetes, anacardos, dátiles…
Vista aérea de la plaza.
Optamos, tras mirar varios, por el restaurante Le Jardin (está de camino al riad), un oasis de calma en medio del caos de Marrakech. El local, refinado, ofrece buena comida aunque a precios algo más caros que la media.
Pronto, cansados, decidimos ir a dormir.
Mañana, en cuanto amanezca, comenzaremos la ruta que atraviesa el Atlas y que nos llevará a las dunas de Merzouga, en pleno desierto. Pero eso, claro, lo contaremos en la próxima entrada. 😉 
¡Hasta la vista, Marrakech!

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