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(Re)Descubriendo la Costa Brava. Rincones del Baix Empordà

(Re)Descubriendo la Costa Brava. Rincones del Baix Empordà

Posando en uno de los rincones más pintorescos de nuestro fin de semana.
Suena a tópico viajero el decir que, en muchas ocasiones, conocemos hasta el rincón más recóndito de algún país exótico mientras que apenas sabemos de los lugares que tenemos cerca de casa. Pero, aunque la frase suene recurrente, no por ello está exenta de razón.
Algo así nos pasa con la Costa Brava. A pesar de tener familia allí y haber estado decenas de veces, teníamos la sensación de que siempre nos faltaban lugares por descubrir, que no habíamos exprimido la zona como se merece. Que es muchísimo más que playas atestadas en verano, que no es sólo Dalí, Cadaqués y el Cabo de Creus. Así pues, aprovechamos un fin de semana de julio para visitar el Baix Empordà y pasear por algunos lugares menos conocidos pero igualmente interesantes.
La comarca del Baix Empordà se sitúa en la Costa Brava, dentro de la provincia de Girona. Tiene una superficie de algo más de 700 km2, y una población de aproximadamente 130000 habitantes (que, sin duda, se multiplican en verano). Tierra de habaneras y sardanas, combina a la perfección su variada oferta cultural con playas de aguas turquesa y pueblos en los que el tiempo parece detenerse.
Si bien podemos necesitar tranquilamente más de una semana para disfrutar de todo lo que nos ofrece (gastronomía, importantes festivales de música, playas, etc…), hoy os contamos nuestra experiencia durante un fin de semana, en el que combinamos algo de playa y paseos por los pueblos más bonitos de la comarca. ¿Nos acompañáis?
La Gola del Ter, desembocadura de dicho río en el Mar Mediterráneo.
Nuestro fin de semana por el Baix Empordà
Llegamos al Baix Empordà a media tarde y establecemos nuestro “campo base” en Regencós, un tranquilo pueblo de trescientos habitantes muy próximo a la ciudad de Palafrugell y a las playas de Begur. Aunque no se trata de uno de los pueblos más relevantes de la comarca, merece la pena dar un paseo por sus calles, en las que destacan las murallas de los siglos XIV-XV y la Iglesia de Sant Vicenç, cuya construcción finalizó en 1815.
Decidimos iniciar nuestra ruta tomando la carretera C31 en dirección a Pals (localidad que, aunque no visitamos en esta ocasión, es uno de los puntos destacados en la comarca)  para después continuar hacia el norte (dirección Torroella de Montgrí) y desviarnos, a los 2 km, hacia el oeste hasta llegar a la pequeña población de Palau-Sator.
Aparcamos en el gran parking de la entrada (gratuito) y nos dirigimos hacia el centro de la localidad, pasando por delante de la Iglesia de Sant Pere. Podemos dedicar un rato a pasear por el interior de la zona amurallada, a la cual entramos pasando bajo la Torre de les Hores, con sus característicos relojes (uno solar y otro con manecillas). Por sus calles estrechas podemos encontrar algún rincón pintoresco y fotogénico.
Ancianos y niños en las calles de Palau-Sator.
Torre de les Hores, bajo la cual se encuentra la entrada a la zona amurallada.
Paseando en busca de un poco de tranquilidad.
Bellos rincones.
Lugares fotogénicos.
De Palau-Sator vamos a Ullastret, del que nos separan unos 4 kilómetros por una carretera que serpentea entre campos de trigo ya segado. Dejamos el coche en un aparcamiento gratuito a la entrada, junto a las murallas perfectamente conservadas. Durante más o menos media hora recorremos las calles de este conjunto amurallado medieval, en el que destaca la Iglesia de Sant Pere de Ullastret. A pesar de que no lo pudimos ver (era algo tarde ya), en las afueras de la localidad se encuentra un importante yacimiento arqueológico: la Ciudad Ibérica de Ullastret.
Campos cosechados recibiendo las luces del atardecer.
Espectacular zona porticada en Ullastret.
Sí, sí, ¡los del fondo somos nosotros!
La Iglesia de Sant Pere de Ullastret es una de las edificaciones más remarcables de Ullastret.
Mola, ¿no?
Para acabar el día reservamos el plato fuerte: Peratallada. Se trata de uno de los núcleos medievales mejor conservados de toda Catalunya, declarado Conjunto Histórico-Artístico. Muy frecuentado por los turistas, en temporada alta se halla algo masificado, pero no pierde ni un ápice de su belleza.
En el aparcamiento de la entrada, esta vez sí, nos toca pagar (2,5€). Las calles empedradas y sinuosas, con la luz del atardecer, son un espectáculo único. Decidimos refrescarnos tomando un delicioso zumo natural en el colorido local de Loca Fruta. Después nos perdemos por las calles, buscando rincones solitarios, y curioseando también en varias de las tiendas que ofrecen recuerdos al viajero. En Peratallada destaca su castillo (siglo X-XI), la Iglesia de Sant Esteve de Peratallada, la Torre de L’Homenatje y el Palacio de Peratallada (siglo XIV).  A nosotros nos gustó especialmente la zona porticada de la plaza de les Voltes.
Finalmente, cuando la noche ya se adueña del Baix Empordà, regresamos a casa para descansar tras un largo día.
Animadas terrazas en Peratallada.
Los zumos de «Loca Fruta» son realmente deliciosos.
Disfrutando del delicioso zumo.
Empedradas calles medievales.
Zona porticada.
Con algo de suerte podremos disfrutar de calles desiertas, de gran belleza.
Postales al anochecer.
Aquí estamos, por Peratallada.

Hoy toca día de playa y caminos de ronda, por lo que hemos decidido madrugar. Bueno, no es que lo hayamos decidido, es que estábamos súper súper cansados.
Tras un buen desayuno nos ponemos en marcha: nos dirigimos a la localidad de Palamós, concretamente a la playa del Castell, una de las más populares de la zona. Se sitúa en una zona de interés natural, por lo que para llegar debemos circular durante unos kilómetros por un camino hasta llegar a un parking (5€ por todo el día). Desde allí, caminamos unos metros hasta llegar a la fina arena de la playa, en la que tenemos bares, duchas, baños y muchos (muchísimos) bañistas.
Llegamos a la playa de Castell. En lo alto de esa colina se sitúan los restos del poblado ibérico.
Nosotros buscamos más tranquilidad y, como hacemos habitualmente, preferimos caminar para encontrar alguna cala que nos guste más. Para ello tomamos el camino de ronda que se dirige hacia el este, cuyo inicio es evidente en la parte posterior de la playa. En un primer momento asciende por una colina hasta llegar al poblado ibérico de Castell (siglos VI a.C. a I d.C.), para después descender suavemente paralelo a la costa, con unas vistas magníficas de los acantilados en cuyas paredes golpean con fuerza las aguas turquesas. 
Playa de Castell, desde lo alto.
Restos del poblado ibérico, merece la pena echar un vistazo.
Algunas calas son sólo accesibles por mar. ¡Qué envidia!
Preciosas tonalidades del agua.
Por el camino veremos algunas calas inaccesibles a pie, mientras que otras presentan un acceso cómodo. La senda está bastante marcada, aunque se echan de menos algunos paneles indicativos adicionales. Caminamos durante una hora por terreno boscoso, con constantes subeybajas (en algún tramo realmente duros) hasta llegar a una de las calas más bonitas de la zona: la Cala Estreta.
De arena y con un fondo marino mixto (arena y roca), la cala está abarrotada en esta época del año. Por ello, decidimos seguir caminando hasta la siguiente cala, donde encontramos la ansiada tranquilidad que buscábamos.
Tomamos el sol, jugamos a las cartas y nos damos un chapuzón durante casi dos horas, hasta que decidimos regresar a la playa del Castell; esta vez por un camino que va algo alejado de la línea de costa pero que es más cómodo, sin tanta subida y bajada.
Finalizamos este tramo del camino de ronda, llegando a Cala Estreta.
En la playa de Castell hay un par de bares/restaurantes, donde aprovechamos para comprar bebida fría.
Seguimos la ruta por el camino de ronda ahora en dirección oeste, por un camino más sencillo que el anterior. Durante varios tramos está asfaltado y con escalones para superar el desnivel, lo que hace el paseo más cómodo.
Disfrutamos de las vistas de la Cala Petita y, sobre todo, de la Cala S’Alguer, con sus bonitas cabañas de todos los colores. Tomamos unas cuantas fotografías y seguimos la ruta en suave ascenso hasta llegar al Castillo de Sant Esteve, desde el que tenemos una bonita panorámica de la playa de la Fosca. Nuestra intención era llegar caminando al menos hasta aquí, pero al ver que también está repleta de gente decidimos dar media vuelta y buscar algún rincón apartado próximo a la Cala S’Alguer.
Cabañas de pescadores, de todos los colores, ahora habitadas por turistas.
Parece que tenemos buenas vistas desde aquí.
Playa de la Fosca desde el Castillo de Sant Esteve.
Dicho y hecho: encontramos unas rocas planas en Cala Petita que son perfectas para echar una breve siesta o contemplar las aguas turquesas de esta bonita zona de la Costa Brava.
Sobre las 18:00 decidimos reemprender el camino de vuelta a la playa de Castell y, desde allí, volver en coche a casa, a Regencós.
Tras la cena nos acercamos a Begur, cuyo centro histórico (presidido por su castillo medieval) merece una relajada visita. Al ser de noche nos limitamos a pasear por su centro urbano, en el que una cobla tañe música mientras la gente baila sardanas. En torno a la medianoche regresamos a casa, que mañana queremos aprovechar para hacer algo más.

Otro domingo que se nos pegan las sábanas y no podemos madrugar todo lo que nos gustaría.
Para esta soleada mañana nos han recomendado un sitio que desconocíamos por completo pero que nos parece interesante: la Gola del Ter, es decir, la desembocadura del río Ter en las aguas del Mediterráneo.
Salimos de Regencós hacia Pals y desde allí en dirección norte camino a Torroella de Montgrí. Un poco antes de llegar a esta localidad vemos un desvío a la derecha que indica “Gola del Ter”. Evidentemente, lo tomamos.
Circulamos por una pista asfaltada durante unos pocos kilómetros, entre campos de fruta y algunos invernaderos.
El asfalto se transforma en una pista de tierra poco antes de llegar a la playa, y tenemos que aparcar donde podemos (normalmente en los márgenes de la pista, puesto que en temporada alta hay bastante gente). Una vez dejamos el coche, caminamos los pocos metros que nos separan de esta larguísima playa que une las localidades de L’Estartit y Begur.
Una vez pisamos la fina arena dorada, contemplamos el paisaje que nos rodea. A nuestra izquierda (norte) se intuye una gran cantidad de gente; será allí donde se unen el agua dulce del río Ter con la salada del Mar Mediterráneo, así que eso tenemos que verlo. 
Playa interminable, de arena fina.
Caminando por la orilla, con las Islas Medas al fondo.
La playa está bastante tranquila, pero justo en la desembocadura del río vemos que la cosa se anima.
El lugar es interesante y bonito. Las aguas del Ter forman un pequeño remanso, casi como una laguna, unos pocos metros antes de desembocar en el mar. Decenas de bañistas aprovechan para darse un baño en esta zona, bien sea en familia o con sus mascotas. Al fondo se observan las esbeltas siluetas de las Islas Medas.
Disfrutamos del paraje durante unas dos horas, bajo el sol radiante del mes de julio. ¡Qué bien acabar el fin de semana en este lugar, nos ha encantado!
Los bañistas disfrutan de este soleado domingo en la desembocadura del río Ter.
Regresando al coche, toca volver a casa.

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2 comentarios

  1. Con un poco mas de tiempo,os recomiendo la esplèndida vista desde el Castillo de Santa Ramon en Begur y comer un buen plato de bacalao o de carne a la brasa en el restaurante l,ARC VELL de Peratallada. Gràcias por el paseo ,esperamos vuestro regreso.

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